Los próximos 10 meses
serán particularmente difíciles para la economía argentina.
Porque estamos
cerrando un primer semestre con un precario equilibrio monetario, financiero y
cambiario.
Porque se complicó
seriamente la estrategia del Gobierno Nacional de cerrar el segundo semestre
cubriendo con dólares financieros el faltante de dólares del mercado cambiario
que cubrieron primero los bancos y luego las exportaciones agropecuarias.
Porque el final de año
se presenta complicado por el déficit fiscal y la emisión monetaria que
habitualmente se concentran en diciembre.
Y porque, en épocas de
economía turbulenta, los veranos suelen ser particularmente movidos,
especialmente en este caso, con un Gobierno que estará entrando a su último año de
gestión.
Las cuestiones
monetarias, financieras y cambiarias han transitado desde febrero un equilibrio
precario. El año comenzó con una marcada diferencia entre la demanda y la
oferta de dólares en el mercado oficial, diferencia que cubría el BCRA
perdiendo reservas.
Esto no se solucionó
con la devaluación de enero (ver “Atrapados a la mitad”, del 28 de enero). La
devaluación intentó eliminar expectativas de futuras devaluaciones, pero no lo
logró, porque no logró siquiera reducir significativamente el problema de
atraso cambiario, a tal punto que la pérdida de reservas del BCRA continuó
luego de la devaluación, a una velocidad de u$s 1,000 millones sólo durante la
semana posterior a la devaluación.
Aquella tendencia no
terminó en crisis cambiaria por el “puente” hasta la liquidación de cosecha
gruesa que tendió el BCRA obligando a los bancos a vender dólares, quitando
presión sobre las reservas (ver “Tres puentes para estirar el atraso cambiario”
del 4 de marzo). El segundo “puente”, el de los dólares agropecuarios, ya
comenzó a quedarse corto a mitad de mayo. Y el tercer “puente”, el de dólares
financieros hasta 2015, acaba de desmoronarse con la decisión de la Corte
Suprema de Justicia de los Estados Unidos. Volvemos entonces a los problemas de inicio de
año: el mercado cambiario nunca dejó de tener un exceso de demanda sobre la
oferta de dólares, y volverán entonces las presiones sobre las reservas del
BCRA.
Y puede resquebrajarse
el equilibrio financiero que implicaba un dólar paralelo contenido por altas
tasas de interés combinadas con tipo de cambio casi fijo, lo que permitía altos
rendimientos en dólares siempre que se volviera a los dólares antes de una nueva devaluación. La incipiente baja de tasas de interés desde mediados de abril, y
el regreso al dólar administrado ascendente de principios de mayo, mostraron
cuán sensible es el dólar paralelo a las señales de tasas de interés y tipo de
cambio (ver “Qué ocurre con el dólar”, del 20 de mayo). Con el agravante de que
la política de déficit fiscal financiado con emisión monetaria y absorción de
pesos para reducir la cantidad de dinero en circulación sólo puede ser una estrategia transitoria,
por los riesgos que genera de mayor emisión en el futuro cercano (ver “Desagradable aritmética monetarista”, del 10 de febrero).
Nadie sabe cómo seguirá
la novela financiera con los fondos buitre. Hoy son todas especulaciones. Si
Argentina esquivará el fallo pagando por fuera de la plaza neoyorkina,
alejándose de la posibilidad de colocar nueva deuda, si negociará forma de pago
para este fallo y los que vengan, con esquemas parecidos a los del pago a
Repsol, o si negociará con los fondos buitre ya no sólo una forma
de pago, sino un acuerdo que incluya pagar menos que lo reclamado, pero más que
lo ofrecido a los bonistas que aceptaron los canjes. Seguramente el Gobierno
tampoco sabe qué hará. Por eso las respuestas no están en el discurso de anoche
de la Presidenta.
Más allá de cómo se resuelva
esta cuestión, las perspectivas económicas son hoy peores que la semana pasada.
Será difícil convencer a cualquier ahorrista de que el Gobierno no se verá
obligado (por las circunstancias) a devaluar. Y las expectativas de devaluación
paralizan al sector inmobiliario y de la construcción, por las expectativas de comprar inmuebles más baratos en dólares luego de una devaluación;
también presionan a las tasas de interés en pesos, por competencia directa con
el rendimiento esperado de activos en dólares; genera sobreprecios en insumos
industriales, por aumentos para garantizar el incierto costo de reposición; y
desalientan la entrada de dólares financieros que podrían sentirse atraídos, a
poco tiempo de final de mandato presidencial, previendo
una eventual recuperación económica desde 2016. Entre muchos otros impactos
negativos, sobre una economía real (es decir, la vinculada a la producción y el
empleo) complicada desde hace ya un año.
Mientras tanto, hay
que seguir tomando decisiones económicas, financieras y de negocios, a pesar
del contexto de altísima incertidumbre. Para detectar amenazas, y también
oportunidades, todas ellas magnificadas por la inestabilidad económica.
Como tantas veces en
los últimos 40 años.
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