La discusión sobre el proyecto de ley de participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas se enfrió durante los últimos días. Podríamos aprovechar para hacer algunas reflexiones al respecto, por si la discusión se reactiva a futuro.
Primero repasemos los argumentos:
Los defensores del proyecto argumentaron fundamentalmente que:
1.- La Constitución Nacional establece la distribución de ganancias entre los trabajadores (artículo 14 bis).
2.- La distribución de ganancias generaría una mejor distribución del ingreso, al aumentar la proporción del ingreso nacional que remunera a los trabajadores.
3.- Esto generaría un mayor nivel de consumo, dado que los trabajadores tienden a gastar una proporción mayor de su ingreso que los empresarios.
4.- Generaría también una mayor productividad, como consecuencia del incentivo que genera en los trabajadores saber que recibirán parte de las ganancias de la empresa.
5.- Otros países tienen legislación al respecto, como Chile, Brasil, México, Canadá, entre otros países desarrollados y en desarrollo.
Los críticos del proyecto argumentaron fundamentalmente que:
1.- Con esto nos parecemos a Cuba (tomémoslo sólo como un exabrupto de Méndez).
2.- Que los ingresos de los trabajadores en realidad no aumentarán, porque sus salarios se terminarán ajustando para que con su parte de las ganancias terminen cobrando en total lo mismo que antes.
3.- Que el proyecto afecta el derecho de propiedad, protegido por la Constitución Nacional, ya que impide apropiarse de la totalidad del rendimiento generado por actividades lícitas.
4.- Que se generará una intromisión indebida y contraproducente de los sindicatos en las empresas, con riesgo de co-gestión de los sindicatos.
5.- No es conveniente una ley de estas características sin consensos previos.
Hasta comienzos de octubre se discutió mucho alrededor de estos argumentos, con lo cual me resulta más interesante encarar el análisis desde otro punto de vista. ¿Qué tiene para aportar la ciencia económica en este debate?
Lo primero es que no es un tema nuevo, ni mucho menos. La distribución de ganancias entre trabajadores (profit sharing) tiene una larga historia de más de 140 años en Inglaterra. De hecho, esquemas de distribución de ganancias fueron propuestos por importantes economistas británicos del siglo XIX como John Stuart Mill y Stanley Jevons. El investigador T. J. Hatton, en “Profit Sharing in British Industry, 1865-1913” recopila casos de empresas con esquemas de distribución de ganancias antes de la Primera Guerra Mundial, registrando los primeros en Francia (década de 1840) e Inglaterra (1865).
¿Cuál era la lógica de que se desarrollaran estos esquemas en la propia cuna del capitalismo industrial? Con estos esquemas se buscaba:
1.- Aumentar la productividad de los trabajadores, creando incentivos para mejorar la calidad de la producción, conservar mejor las máquinas y herramientas y reducir los desperdicios de materiales.
2.- Reducir los costos de supervisión, a través de una mayor motivación individual y de un mayor monitoreo entre pares.
3.- Crear mayor fidelización de los trabajadores con la empresa, logrando mayor atracción y retención de los mejores talentos.
En las últimas décadas, muchos investigadores han estudiado esta cuestión, ya que los incentivos que deberían generar estos esquemas no son tan evidentes por una cuestión muy simple pero muy importante: el incentivo individual se diluye a medida que aumenta la cantidad de trabajadores en una empresa. La lógica es: un trabajador sabe que si se esfuerza un poco más, aumentará la productividad y el beneficio de la empresa, pero su propia participación en este beneficio serán igual a la fracción 1/N de la porción que le corresponda a los trabajadores, donde N es la cantidad de trabajadores. Si son 10 trabajadores, le tocará un décimo (1/10) de las ganancias distribuidas, pero si son 1000 le tocará una milésima parte (1/1000) de esas ganancias. La “zanahoria” se reduce, el esfuerzo también.
El economista Douglas Kruse, del National Bureau of Economic Research, encaró una investigación interesante sobre el tema en Estados Unidos (“Does profit sharing affect productivity?”). Plantea tres tipos de efectos de los esquemas de participación de empleados en las ganancias: esfuerzo laboral extra (“trabajar más duro”), reducción de costos o mejora de la calidad (“trabajar más inteligentemente”), mayor coordinación entre trabajadores. Y cita 26 estudios econométricos previos, en la mayoría de los cuales se encuentra una correlación entre esquemas de participación de trabajadores en las ganancias y aumentos de productividad en las empresas. Y su propio estudio de 500 empresas norteamericanas entre 1971 y 1990, con y sin esquemas de estas características, indica que:
1.- La adopción de esquemas de participación de trabajadores en las ganancias incrementó en promedio la productividad entre 4% y 5% durante el periodo analizado.
2.- El efecto es muy diferente en empresas de distinto tamaño. El aumento de productividad es más fuerte entre las empresas más pequeñas y entre empresas muy grandes, y mucho menor entre medio. Lo primero se explica por el problema citado de incentivos cuando el resultado de los esfuerzos individuales se diluye entre muchos empleados, lo segundo puede deberse a que en las empresas más grandes puede ser mayor el efecto de pertenencia y otros efectos grupales.
3.- El efecto sobre la productividad no es directo. Es muy variable entre empresas y depende de otras acciones cuya viabilidad suele ser mayor con estos esquemas (por ejemplo cambios tecnológicos que generen mayor productividad), pero que determinan en definitiva si efectivamente habrá o no mayor productividad.
4.- No son claros los mecanismos concretos por medio de los cuales los incentivos asociados a los esquemas de participación de trabajadores en las ganancias se convierten en mayor productividad y mayor rentabilidad.
Primera conclusión: Si no en todas las empresas y sectores productivos la participación de los trabajadores en las ganancias genera aumentos de productividad, no en todas las empresas y sectores la remuneración total de los trabajadores aumentará con estos esquemas. En aquellos sectores en donde la productividad no aumente, es probable que los salarios terminen cayendo, de tal modo que la compensación total permanezca sin cambios.
Segunda conclusión: Es posible pensar en esquemas de participación de los trabajadores en las ganancias sin “dinamitar” el sistema capitalista, pero no parece razonable una ley de aplicación horizontal, para todas las empresas (o empresas por encima de cierto tamaño), con iguales parámetros de distribución.
Tercera conclusión: ¿No será mejor dedicar esfuerzos a observar lo que están haciendo los países de rápido desarrollo y tratar de aplicar lo aprendido? No encontré ninguna investigación que diera cuenta de que los países que más se están desarrollando (incluyendo en el desarrollo una mejor distribución del ingreso) tengan en sus agendas la participación de los trabajadores en las ganancias. Seguramente, el aumento de los salarios, la mejor distribución del ingreso y los aumentos de productividad requieren una agenda diferente.