Los saqueos de diciembre de 2001
en distintos lugares del país fueron consecuencia
de una situación social crítica, que desbordó al Estado, concretamente, a
las fuerzas de seguridad. Los saqueos
del martes y miércoles en la ciudad de Córdoba, aun cuando pueda haber por
debajo de la superficie un componente social delicado, fueron consecuencia de la ausencia del Estado,
a nivel provincial por el auto-acuartelamiento de la policía y la falta de
previsión del Gobierno Provincial (el Jefe de Gabinete provincial reconoció que
puede haber habido una falta de dimensionamiento del problema, y es claro que
no hubo pedido formal de asistencia de Gendarmería durante el martes, cuando la
policía ya se había retirado de las calles de Córdoba), y a nivel nacional por
la actitud del Jefe de Gabinete nacional, que el miércoles por la mañana ya sabía
lo que había ocurrido durante la noche en Córdoba, y sabía también de los pedidos
de auxilio (formales o informales) del Gobierno provincial, y dijo expresamente
que Córdoba se tenía que hacer responsable por la situación. Aun con problemas
de comunicación entre ambos niveles de gobierno, Capitanich explicitó la postura de escarmiento político para Córdoba.
Es paradójico que tengamos un
problema de ausencia del Estado de esta magnitud, cuando el discurso político predominante es el de
la reconstrucción de un Estado fuerte. Tal paradoja surge de la confusión que existe todavía en Argentina entre un Estado
fuerte y un Estado grande. Y son dos cosas muy distintas. Un Estado fuerte es el que puede cumplir con
sus obligaciones básicas, garantizando la seguridad, la justicia, la salud
y la educación, independientemente de su
tamaño. Un Estado grande, no
necesariamente es fuerte, ya que puede ser grande y no cumplir con sus
obligaciones básicas. Un Estado grande puede gastar en empresas estatales
ineficientes, en publicidad de propaganda del Gobierno, en subsidios para
ciudadanos que no los necesitan, en obras públicas con sobreprecios, y en mil
cosas más que no garantizan la fortaleza del Estado. Un ejemplo bien concreto,
de estos días: Argentina asigna recursos públicos a la educación en una
magnitud inédita en su historia, y las pruebas internacionales de calidad educativa
no hacen más que mostrar una caída, no sólo con relación a los países desarrollados,
sino también en comparación con nuestros vecinos latinoamericanos. El tamaño del Estado suele estar desligado
de su fortaleza.
Pero la ineficiencia no es la única culpable de un Estado grande pero
débil. También incide la mezquindad política
con que se administren los recursos públicos. Usar a los ciudadanos de
Córdoba para pasar facturas políticas es un ejemplo concreto, y lamentable, de
este segundo modo de transformar un Estado grande en un Estado débil, que no
puede garantizar una de sus funciones básicas.
Argentina tiene claramente un
Estado grande pero débil, en todos sus niveles de Gobierno. El peso
del Estado en la economía, medido tanto a través de sus gastos como de sus
ingresos, en proporción al tamaño de la economía, no ha hecho más que crecer en los últimos años. Esto se refleja en
la presión impositiva tanto nacional, como de las provincias y los municipios,
que creció por distintos mecanismos durante los últimos años, y seguirá
creciendo durante el próximo. La Nación aprovecha la inflación para cobrar más
impuestos usando parámetros impositivos que no se ajustan por inflación (lo que
ocurre con el Impuesto a las Ganancias, tanto de trabajadores, como de
autónomos y empresas); la Provincia lo hace creando nuevos tributos, como la Tasa
Vial; el Municipio, nuevamente, lo hace subiendo alícuotas de la Contribución
sobre Comercio e Industria. El Estado
sigue absorbiendo fondos del sector privado, pero por ineficiencia y mezquindad
política, sigue sin lograr generar un Estado fuerte.
Pero a aquel otro motivo para los
saqueos, del tipo que ocurrió en 2001, ligado a situaciones sociales críticas, no
hay que descuidarlo. La pobreza se mantuvo en los últimos años en niveles
elevados, y la menor creación de empleo de los últimos meses, sumada a salarios
que ya no le ganan a la inflación, pueden
comenzar a generar situaciones sociales delicadas. Tal vez por eso hoy
muchos gobiernos provinciales y municipales están preocupándose por lo que
pueda ocurrir a finales de este mes, en época de fiestas. Esperemos que el Estado no vuelva a ausentarse.