Acuerdo con Repsol, acuerdo con las empresas que ganaron juicios en el
CIADI del Banco Mundial, acercamiento al Fondo Monetario Internacional y
seguramente negociación con el Club de París por la deuda pendiente de pago con
los países que lo integran. Se trata de medidas
difíciles de anticipar tan sólo algunos meses atrás, en el marco de la
política de “desendeudamiento”, que consistía en pagar vencimientos de deuda
pública con reservas del BCRA, y en el marco del discurso sobre la “profundización
del modelo”.
Seguramente no se trata de un viraje ideológico, sino de la reacción del Gobierno Nacional ante las
restricciones que impone la realidad económica. Concretamente, la política de “desendeudamiento”, aún
discutible, era viable en épocas de
Néstor Kirchner, cuando el BCRA tenía reservas excedentes (más reservas que
dinero en circulación) y, además, crecientes (el BCRA compraba dólares para
evitar la caída del tipo de cambio), pero
desde hace tiempo es inviable, en un contexto de fuerte caída de reservas.
Y, en el caso concreto de YPF, la realidad mostró al Gobierno Nacional que sin financiamiento externo no es posible
explorar los yacimientos de gas y petróleo no convencional de Vaca Muerta,
y ese financiamiento externo no es
viable sin acordar con Repsol el pago por la expropiación de sus acciones
en YPF.
Desde el punto de vista de la discusión política, el cambio de rumbo
genera fuertes críticas al Gobierno, en especial al Ministro de Economía
Kicillof, que un año y medio atrás planteaba públicamente que Repsol no
recibiría un solo peso por sus acciones en YPF y hoy acuerda un pago de alrededor
de u$s 5,000 millones. Desde el punto de vista estrictamente económico, el
cambio de rumbo probablemente refleje
que el Gobierno Nacional no está dispuesto a acelerar a fondo hacia el abismo,
como hoy vemos en la Venezuela de Nicolás Maduro.
De todos modos, esto no significa
un viraje hacia políticas neoliberales (el “jarabe rancio del
neoliberalismo”, dijo hoy Kicillof), ya que la lógica intervencionista seguramente continuará a partir del
análisis de rentabilidad de las distintas cadenas de valor (lo anunciado por el
Jefe de Gabinete Capitanich) para incidir en los aumentos de precios de cada
sector, y de la utilización, tal vez con algo más de racionalidad, de los
instrumentos de control de las importaciones heredados de Moreno.
Y en el frente inflacionario, las señales son de un enfoque “heterodoxo” de política anti-inflacionaria, que combina
techo a los aumentos salariales y acuerdos de precios con empresas (lo que suele
denominarse “políticas de ingresos”) y moderación fiscal y de emisión monetaria
a partir de reducción de subsidios (lo que suele denominarse “políticas
macroeconómicas”). Un enfoque conceptualmente
correcto pero que enfrenta el desafío de cómo convencer a los sindicatos de
que acepten aumentos salariales menores que este año y el interrogante de
cuánta decisión habrá para enfrentar los costos políticos de subas de tarifas
como consecuencia de la reducción de subsidios.
Se trata de desafíos e interrogantes importantes, ya que la historia económica argentina está plagada de planes anti-inflacionarios que fracasaron por no prestar debida atención a la aplicación complementaria y equilibrada de ambos tipos de política: las políticas macroeconómicas y las políticas de ingresos.
Se trata de desafíos e interrogantes importantes, ya que la historia económica argentina está plagada de planes anti-inflacionarios que fracasaron por no prestar debida atención a la aplicación complementaria y equilibrada de ambos tipos de política: las políticas macroeconómicas y las políticas de ingresos.
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