En la edición de hoy,
La Voz del Interior publica la nota “En el último año, se esfumaron 28.1 millones de billetes de $ 2”, dando cuenta de un fenómeno que viene ocurriendo
desde hace más de dos años: la
desproporcionada emisión de billetes de $ 100 con relación a la emisión de
billetes de menor denominación. Esto es consecuencia, a su vez, de la
obstinación del Gobierno Nacional, que se
niega a crear billetes de mayor denominación, lo que obliga a concentrar la
impresión en los billetes de 100 (de lo contrario, el volumen de billetes
impresos sería tan alto, que sería prácticamente inviable su fabricación).
Es claro que esto
genera complicaciones para quienes realizan transacciones en efectivo, ya que
cada vez es más complicado conseguir el cambio necesario para operaciones
pequeñas. En el extremo, de seguir esta tendencia, llegará un momento en el
cual será altamente probable que las partes en una transacción se encuentren
con que ambas tienen en sus bolsillos sólo billetes de 100.
Pero lo curioso es que
esta obstinación está evitando al
Gobierno Nacional beneficiarse de un fenómeno económico inadvertido. Lo que
hace un año y medio denominé el “efecto billete de 100” (ver posts “¿Querés saber cuál es el truco para emitir dinero al 38% y tener una inflación de sólo el 23%?” y “Por qué, con una emisión de pesos del 35% anual, no aumenta la inflación”). En síntesis, el “efecto billete de 100” funciona del siguiente
modo. Si alguien quiere tener $ 120 en su bolsillo, para realizar pequeñas
operaciones en efectivo, se verá obligado en general a tener $ 200 en su
bolsillo, ya que este es el menor múltiplo de 100 que le permite contar con el
efectivo deseado. Es concretamente lo que le ocurrirá si intenta obtener esos $
120 extrayéndolos de un cajero automático: lo más probable es que el cajero le
indique que elija alguna cifra alternativa, múltiplo de 100.
Pero la diferencia
entre tener $ 120 en el bolsillo, y tener $ 200 en el bolsillo es un aumento (inadvertido e indeseado) de la
demanda transaccional de pesos. Y un aumento de la demanda transaccional de
pesos (o la otra cara de la moneda: una menor velocidad de circulación del
dinero) permite absorber parte de la
emisión de dinero que hace el BCRA, quitándole impacto inflacionario.
Dado, entonces, que
esta concentración de los billetes en circulación en billetes de la máxima
denominación ($ 100 hasta nuevo aviso) favorece al Gobierno Nacional, que puede
emitir mucho dinero para financiar déficit fiscal sin aumentar la inflación, el beneficio sería aún mayor si los cajeros
estuvieran llenos de billetes de $ 500. En ese caso, volviendo al ejemplo,
alguien que intente extraer $ 120, tendrá que irse con $ 500 en el bolsillo. Un
aumento enorme de la demanda transaccional de pesos, que le permitiría al
Gobierno Nacional emitir aún más dinero, sin tener que sufrir mayor inflación.
Incluso más. Siguiendo
mi análisis del post anterior (“Perspectivas macroeconómicas para 2013”), este “efecto billete de 500” le facilitaría
al Gobierno Nacional continuar su estrategia macroeconómica hasta las
elecciones legislativas sin que se le dispare la inflación. Y hasta podría
justificarlo argumentando que el billete de 500 no es fruto de la inflación,
sino de la necesidad de billetes grandes luego de la pesificación forzada de la
economía.
Pero mejor no demos
ideas, ya que no se trataría de una forma
prudente de manejar las políticas fiscales y monetarias.
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