El Gobierno siempre ha destacado su vocación industrialista y el crecimiento de la industria nacional en los últimos años (aunque fue semejante al crecimiento del resto de la economía).
Pero ha ejecutado políticas contradictorias con ese discurso
industrialista. Como las políticas macroeconómicas que condujeron al actual
atraso cambiario, muy perjudicial para la industria, o el esquema de
restricciones a las importaciones, menos pensado para favorecer a la industria
que para administrar las reservas del BCRA.
Es el caso también del convenio con China, que prevé la
posibilidad de que obras públicas argentinas con financiamiento chino realicen
contrataciones directas con proveedores de ese país.
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