Columna de opinión publicada hoy en el Suplemento del Día de la Industria
del diario Comercio y Justicia
No es fácil ser
industrial en Argentina. En los últimos 40 años, los industriales han tenido
que enfrentar cambios muy bruscos, y muy frecuentes, en el contexto económico.
A mediados de los 70,
el tipo de cambio llegó a un nivel equivalente a lo que hoy serían casi $ 30
por dólar. Hacia finales de esa década, equivalía a lo que hoy serían menos de
$ 5 por dólar. Luego se sucedieron dólar alto a mediados de los 80, dólar bajo
en los 90, dólar alto en los 2000, y dólar bajo nuevamente ahora.
La competitividad
industrial sube cuando sube el tipo de cambio, y baja cuando ocurre lo
contrario, de tal manera que ha estado subiendo y bajando bruscamente, en
periodos muy cortos.
Y encima el mercado
interno también ha estado subiendo y bajando bruscamente. En los últimos 40
años, mientras países más estables han tenido muy pocas recesiones (Australia,
por ejemplo, sólo dos), Argentina va por la décima.
El mal momento actual
Nuevamente en
recesión, y con atraso cambiario, como a comienzos de los 80, luego de la
“tablita cambiaria”, y a finales de los 90, con la Convertibilidad, la
industria no está pasando un buen momento.
La magnitud del atraso
cambiario es importante. Teniendo en cuenta tipo de cambio y precios acá y en
Brasil, a comienzos de 2011 el tipo de cambio equivalía a lo que hoy serían $
11 por dólar, en lugar de los $ 8,40 actuales. Y a fines de 2007 equivalía a $
12,30. Por eso es tan difícil lograr hoy rentabilidad en el sector industrial.
Se trata de un
problema muy difícil de resolver. No se resuelve con mejoras de productividad,
porque no hay mejora posible de productividad que compense semejante
desequilibrio cambiario. Tampoco se resuelve devaluando, porque en un contexto
inflacionario, las devaluaciones se trasladan muy rápidamente a precios
internos, anulando su impacto sobre la competitividad.
Las restricciones a
las importaciones, una de las respuestas del Gobierno a la pérdida de reservas
que genera un débil saldo de balanza comercial, consecuencia del atraso
cambiario, dejan sin insumos a muchas industrias, agravando así las
dificultades para producir.
Otro factor que ha
estado impactando negativamente, agravándose con el transcurso del año, es la
cadena de pagos. Consecuencia lógica de una economía en recesión. Pero
potenciada por la política monetaria contractiva, de altas tasas de interés, y
por el cambio en las condiciones de pago de insumos luego de la devaluación de
enero.
Con una devaluación
que claramente no solucionaba el problema de atraso cambiario, y mucha
incertidumbre vinculada a la política cambiaria, con muchas marchas y
contramarchas, es natural que el proveedor de insumos industriales comience a
exigir pagos cortos, para evitar el riesgo de descapitalizarse por terminar
cobrando por debajo del costo de reposición.
Por eso tantos
industriales han tenido que (a) estirar pagos a proveedores no estratégicos,
(b) negociar con sus clientes cobros más cortos y (c) salir a buscar dinero al
mercado, con altas tasas de interés y con un mercado informal más selectivo
para comprar cheques.
Por si todo esto fuera
poco, la industria automotriz y autopartista, además de los problemas
anteriores, enfrenta (a) caída del poder adquisitivo de los salarios, lo que
reduce fuertemente la compra de bienes durables, (b) subas de tasas de interés,
que reducen el crédito que toman las familias para esas compras, (c) un aumento
de impuestos internos a los autos de alta gama, que modificó fuertemente la
demanda de autos, (d) menor demanda de Brasil.
Lo que viene
Un gobierno en su
último año de gestión tiene poco margen para solucionar tantos problemas
económicos acumulados.
Las expectativas
deberían entonces estar puestas en la próxima gestión, a partir de diciembre de
2015. Pero sin caer en la ingenuidad de suponer que el recambio de gobierno,
por sí mismo, puede comenzar a cambiar esta situación, por un cambio de
expectativas.
La historia argentina
muestra que los gobiernos que enfrentan este tipo de situaciones suelen tardar
varios meses, a veces años, en lograr sus primeros resultados económicos. Le
ocurrió a Frondizi, Onganía, Alfonsín y Menem, por ejemplo. Otros ni siquiera
eso, como les ocurrió a Videla y De la Rúa.
Por eso es necesario
advertir a los candidatos presidenciales la magnitud de los problemas económicos,
para que comprendan los desafíos, y tratemos de evitar que se frustren las
expectativas de recuperación.
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